Por Claudio Barrientos F.
Hay una visión de la crisis económica que sindica al Estado como culpable de la recesión porque ha gastado más de lo que tiene a través de subsidios, apoyo a la inmigración, seguros de desempleo y salud; pensiones de vejez elevadas cuando las personas aún están en edad productiva, etc. En suma, una suerte de “farra” del Estado de bienestar que desacredita cualquier intento de la autoridad central de aportar la cuota de igualdad y justicia social que el mercado no provee. ¿El remedio? un ajuste económico doloroso pero necesario.
Sacrificar crecimiento económico presente por orden en las cuentas internas y externas aspirando a la posibilidad de un crecimiento futuro. El desempleo, la recesión, el recorte de beneficios sociales son los costos necesarios para posteriormente disfrutar de un bienestar sostenido, habida cuenta de una férrea disciplina fiscal y espacio para que las empresas privadas hagan negocios en un ambiente de bajos impuestos, pocas regulaciones que entorpezcan la actividad productiva y privatización de activos prescindibles por parte del estado.
Si además hay flexibilidad laboral, se restringe el derecho a huelga y se reducen los salarios, la economía se tornará más competitiva frente a aquellos países con costos de producción más bajos. Si el país se encamina por esta vía, volverá la credibilidad y los inversionistas aportarán la necesaria inyección de recursos para equilibrar las cuentas, mover y diversificar la actividad económica y desatar así el círculo virtuoso del consumo, la producción y la generación de empleos.
Sin embargo, hay otra visión que señala que la economía se ha encaminado a un peligroso juego especulativo donde los recursos financieros trabajan para la generación de una ganancia fácil y de corto plazo, fundamentalmente aportada por la actividad inmobiliaria y accionaria, en un ambiente de pocas restricciones a la circulación de capitales.
La abundancia de recursos que fluyen “naturalmente” hacia las áreas donde obtienen mayor rendimiento financiero (léase tasas de interés más atractivas y seguridad de recuperación de la inversión) tiene como contrapartida un costo de financiamiento excesivo para la actividad productiva y generadora de empleo, la cual decae y se estanca, produciendo freno en el consumo, disminución de utilidades para las empresas, baja tasa de reinversión y baja recaudación impositiva.
En ese contexto los estado se endeudan para cuadrar su arcas mediante la emisión de bonos que se transan en el mercado financiero mundial, al cual concurren inversionistas privados y públicos, bancos, fondos de inversión y compañías de seguros, al amparo de las agencias clasificadores de riesgo que evalúan la solvencia o insolvencia de una economía.
Cuando el lado “real” de la economía (producción de bienes y servicios) no puede responder a las demandas de la actividad financiera, aumenta el riesgo-país; se genera desconfianza y se produce fuga de capitales e iliquidez; por tanto, imposibilidad de un país de cumplir los compromisos tomados con sus acreedores. Frente a esa realidad, el Estado puede reaccionar como en la primera opción o bien rebelarse a la política de ajuste y recortes, desechando la aceptación de créditos de “apalancamiento” promovidos por organismos multilaterales (particularmente el FMI) que sólo intentan sostener la moneda y así resguardar a los acreedores externos en el cobro de sus préstamos. Ello conlleva devaluar la moneda local (o salirse del patrón al que se encuentran atados, p. ej. Euro) haciendo más competitivas las exportaciones, al tiempo que se promueve un agresivo plan de gasto público financiado con la emisión de dinero que compense a los capitales salientes. En un contexto de economía deprimida y de bajo crecimiento, ello no provocará presiones inflacionarias de corto plazo y volverá a dinamizar la economía.
Hacer ajustes en los beneficios sociales puede ser deseable y necesario, pero también exigir que los inversionistas hagan la pérdida que corresponde a toda inversión riesgosa, renegociando la deuda de corto plazo en canje por “deuda larga” mientras se aplican restricciones a los movimientos de capitales especulativos (tasa de encaje). Proteger el empleo y los seguros de paro compensatorios, optimizándolos, pero no suprimiéndolos al tiempo que se adoptan medidas para evitar la evasión y elusión tributaria es la única forma de volver a la senda del crecimiento sin estallidos sociales y sin el descrédito de la actividad pública y política que sigue derribando gobiernos e indignando a los ciudadanos, con imprevisibles consecuencias.
He querido presentar“grosso modo” estas dos visiones para reconocerlas como tales y para identificar que ninguna es “la verdad misma”, pero sí decir que una de ellas se ha impuesto como modelo en el mundo en los últimos 25 años y de paso, señalar que ni USA ni China están adhiriendo al primer modelo para desacoplarse de la recesión que hoy amenaza al mundo.
Publicado en PassingjournalII