lunes, 9 de marzo de 2009

En Defensa del Transantiago - Parte 1

A 2 años de su puesta en marcha, soy parte de una minoría, lo sé, que defiende este vapuleado proyecto. No es que no tenga críticas que hacerle a su diseño e implementación, pero me parece que el sistema debía ponerse en marcha, aún a sabiendas que el comienzo sería doloroso.
Soy de los que he andado y anda en micro desde que llegué a Santiago en 1983 y aún tengo recuerdos anteriores, de los viajes a la capital cuando niño, para las vacaciones de invierno y verano, en la década del 70, con los recorridos famosos que le dieron identidad a Santiago, pero que ya mostraban máquinas antiquísimas en circulación, atiborradas de gente. Desde entonces, los dueños de las calles fueron unos consorcios que después derivaron en asociaciones gremiales, pero que nunca se hicieron responsables de nada. Con la ley de la selva desplegada en las calles y los buses atestados de gente, contaminando la ciudad con ruido y smog y compitiendo en locas carreras por los pasajeros, la guinda de la torta fue la libertad de recorridos que se dio en tiempos de la dictadura (para que el mercado por sí solo regulara la calidad) y que derivó en la anarquía y el colapso de la infraestructura vial, por la cual la dictadura no mostró preocupación alguna. Luego, sucesivas transformaciones al antiguo sistema derivaron en la presencia de las micros amarillas con cierto tipo de regulaciones, pero esencialmente bajo el mismo esquema de proliferación indiscriminada y casi ninguna consideración por los usuarios.
De las tantas anécdotas trágicas de ese pasado reciente, recuerdo el caso de la niña que cayó al pavimento por un hoyo que había en el suelo del microbús. Otra más inofensiva pero no menos peligrosa, vivida en carne propia: la de un chofer ofreciéndole golpes a cualquier pasajero que osara criticarlo o pedirle que partiera, mientras estaba detenido en un paradero a su propio arbitrio. Los asaltos, la suciedad, la mendicidad y la inseguridad fueron el sello del transporte público desde tiempos remotos, hasta que alguien decidió ponerle el cascabel al gato.
Kronos